sábado, 22 de diciembre de 2012

LOS MEJORES MAESTROS

Los mejores maestros son aquellos que tuvimos en la infancia, los que nos enseñaron a leer y a descubrir el mundo de los números, la Geografía, la Historia y la Botánica.

Jamás he olvidado a mis primeros maestros, a cada uno de ellos lo recuerdo por su nombre y guardo en la memoria infinidad de anécdotas que de vez en vez me agrada desempolvar.

Es imposible mencionarlos a todos, pero no quiero ignorar a la maestra Clotilde, quien me dio clases en el grado tercero de la escuela primaria Héroe de Yaguajay, en Candelaria.

Esta “seño” tenía una fama injusta, los estudiantes le llamaban Clotilde Cocotazo, pero jamás la vi golpear a ninguno de sus alumnos, al contrario, siempre fue una persona cariñosa.

Clotilde era una morena elegante, de finas maneras, tenía la voz grave y su pronunciación era impecable, sabía imponer respeto con su presencia y reía lo mismo que suena un cascabel.

Daba la impresión de estar siempre con excelente humor, un buen día comenzó a vestir de negro y con el tiempo supimos que había fallecido su esposo, jamás aquel suceso trascendió a los estudiantes.

De quien mejor me acuerdo es de la maestra Zoraida Miranda, morena también, persona enérgica, de probado e integro magisterio, quien sabía calar el alma de sus alumnos con solo una mirada.

Zoraida era apasionada de la Historia de Cuba, sus clases en esa disciplina se disfrutaban lo mismo que ver una película, su oratoria tenía el don de mover la imaginación al punto de poder vivir los combates.

Su héroe preferido era el general Antonio Maceo, y sobre este y sus hazañas en tierras pinareñas utilizaba los más elaborados adjetivos: soberbio, fabuloso, colosal, increíble, acrisolado.

Imponía a sus estudiantes una disciplina férrea, en su método pedagógico había espacio para las llamadas “líneas”, ejercicio escrito y repetitivo de una frase que con ella se podía extender al infinito.

Cierta vez, ante el olvido de una tarea, me obligó a escribir dos mil veces la siguiente oración: “Hombre responsable es aquel que nunca ignora sus deberes, que los cumple por encima de cualquier pequeñez”.

A esta maestra pudieran dedicársele muchísimas cuartillas, su obra pedagógica fue inmensa y su nombre debía de aparecer con letras de oros en el libro de los mejores maestros de Cuba.

Otro “seño” de las grandes fue Cruz Carrera, me dio clases en cuarto grado y su sentido de la amistad y el compañerismo contribuyeron mucho a la formación de valores dentro del estudiantado.

Recuerdo que en cierta oportunidad debió ausentarse unos minutos del aula, a su regreso, uno de los estudiantes señaló con el dedo a los que habían hablado durante su ausencia.

En contra de lo esperado la peor parte la llevó el delator, quien recibió una soberana reprimenda de la maestra por su conducta: “A los compañeros no se les delata nunca”, le sentenció ante el asombro de todos.

Gran educador también lo fue el maestro Raúl Izquierdo, de él recibí clases en sexto grado, para mí era una persona sabia, su hablar ceremonioso y pausado imponía mucho respeto.

Tenía el don de motivar a sus alumnos, lograba hacer preguntas muy efectivas que despertaban la curiosidad de todos: ¿Por qué corta un cuchillo? ¿Por qué flota un pedazo de corcho sobre el agua?

Todos los maestros son importantes, de ello no hay duda, pero ningunos como aquellos de la niñez, junto a ellos descubrimos el mundo por primera vez… y eso nunca se olvida.