Llegó al mundo en un bohío vara en
tierra el cinco de junio de 1955, y a la hora de parirlo, su madre Lucrecia
apenas contó con compañía.
Fue un parto en medio de la noche,
en un intrincado lugar de la
Sierra del Rosario conocido por El Brujito, sobre unas mantas
de sacos carboneros hervidas para la ocasión.
Familiares cercanos a Polo han
recordado lo ocurrido aquella noche... ella, Lucrecia, de rodilla sobre las
mantas, esperó sin un quejido por la llegada de la criatura.
Y con la misma humildad que nació creció Polo, tanto que algunas amistades
cercanas a su familia aseveran que vino a vestirse “como persona” sobre los
diez años de edad.
Tampoco era amigo de soportar el calzado cerrado, y muchos candelarienses
lo recuerdan andando en chancletas de rusticidad legendaria.
En medio de las lomas donde vivía no había escuelas a las cuales pudiera
asistir con regularidad, pero así y todo se las valió para aprender a leer y a
escribir.
Hizo carbón, cortó marabú, chapeó potreros, manejó tractor, fue cortador de
caña de los largos, y ordeñaba las vacas sin maniatar.
Ahora bien, desde los siete años tocaba un tambor más grande que él, hecho
sobre el tronco ahuecado de un aguacate.
Y tenía un oído musical privilegiado, lo que le permitió tocar
intuitivamente el piano, la guitarra, las claves, el güiro, la tumbadora o
cualquier otra cosa que sonara.
Su verdadero nombre era Fernando Borrego Linares, y ha sido hasta el
momento uno de los pocos músicos cubanos que haya obtenido dos discos de oro y
uno de platino.
Sin embargo, no fue un hombre de suerte, su talento vino a ser reconocido
tardíamente luego de pasadas las cuatro primeras décadas de vida.
Su música tiene la rara virtud de gustarle a todo el mundo, a los niños, a los
jóvenes y también a los más adultos de la familia.
El 20 de noviembre de 2002, conduciendo por la autopista, su carro impactó
contra un camión en la zona conocida por La Coronela.
Toda Cuba se mantuvo en vilo hasta el 26 de noviembre en que se conoce la
noticia de su inesperado fallecimiento.
Un día alguien me dijo que a Polo lo habían mandado a matar, que era mucha
la envidia que despertaba, en lo personal creo se trate de un soberano
infundio.
Eso sí, a veces tengo la amarga impresión de que Polo Montañez se fue sin
haber tenido él mismo conciencia de su tremenda grandeza.