martes, 1 de julio de 2014

MARTI Y LA CORBATA LILA

La noche del 25 de noviembre de 1891, en el puerto de Tampa, bajo una llovizna pertinaz, un grupo de cubanos espera por la llegada de José Martí.

Desde la caída de la tarde ha comenzado a soplar un brisote que toma
fuerza y levanta olas de espanto sobre la por regla tranquila bahía floridana.

Hasta los oídos alertas llegan los apagados resoplidos del vapor, que poco a poco, va dejando ver destellos de luces sobre su salitrosa cubierta.

Martí desciende de último, vestido de negro, con una pequeña maleta de cuero bajo el brazo, una vez en tierra recibe las más variadas muestras de afecto.

Entre los presentes está el joven Manuel García Ramírez, prontamente, por su elegancia, este llama la atención del Maestro, quien lo mira y le dice:

"Preciosa corbata, joven, el color lila siempre ha sido uno de mis preferidos, pero más bello aún es ese alfiler de oro y de plata que la adorna.

"Ah, veo que se trata de la figura de una abeja, pues sepa que para mí ese insecto es sinónimo de unidad y de trabajo, únicamente así se puede triunfar en esta vida".

Al otro día 26 de noviembre de 1891, todavía con el cielo algo encapotado, en el Liceo Cubano de Tampa, Martí dice uno de sus más célebres discursos.

"Yo abrazo a todos los que saben amar. Yo traigo la estrella, y traigo la paloma en mi corazón" expresa ante un atento y emocionado auditórium.

En la siguiente jornada, el 27 de noviembre, aniversario veinte del fusilamiento de los estudiantes de medicina, la voz de Martí vuelve a escucharse.

Esta vez dice que la amapola más roja y más leve crece sobre las tumbas desatendidas, y que el árbol que da mejor fruta es el que tiene debajo un muerto...

A punto de despedirse de Tampa, la patriota cubana Carolina Rodríguez le entrega un misterioso envoltorio, le pide lo abra para saber de que se trata.

Y el Maestro --siempre atento con las damas--, lo hace con rapidez, para su sorpresa encuentra dentro la ya conocida corbata lila y el pasador de oro y plata en forma de abeja.

“¿Y esto?”: --pregunta Martí. Y la muchacha responde: "Un regalo para usted, como recuerdo de su visita a Tampa, se lo envía Manuel, uno de sus más fervientes admiradores".

Martí mira el regalo, está claro que no sabe si aceptarlo o rechazarlo, finalmente dice: "Dígale que yo solo utilizo corbatas negras, estoy de luto por la Patria que sufre”.

Se hace el silencio, pero para no ser descortés agrega: "Esta bien, usaré la corbata una sola vez, luego la daré a otro cubano que la sepa estimar y conservar".

Cuentan que como mismo llegó se fue, con la amapola roja, abrazando a todos los que saben amar, con la paloma de la paz en su corazón, y con un bello recuerdo de la ciudad de Tampa.

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