martes, 1 de julio de 2014

¡ECHAME DE LOS QUE GANARON!


Fue al periodista y amigo Ramón Brizuela Roque a quien primero le escuche la anécdota de Cándido Cordal y los cangrejos ganadores.
 
La contó por la década de los 90 del pasado siglo, en el recibidor de periódico... GUERRILLERO, donde eran habituales las tertulias.
Lo menos que imaginaba por esos días, era que con el tiempo conocería a Cándido Cordal y que este llegara a ser uno de mis mejores amigos.
 
Cándido no es solo el creador del conocido vino Roncali, sino que fue por muchos años escritor para espacios dramatizados en la radio.
 
Su éxito como maestro de las letras lo ha llevado a merecer numerosos reconocimientos dentro de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba.
 
Lo más curioso de Cándido Cordal es su invidencia, lo cual no lo ha limitado en nada para llegar a ser una persona alegre y triunfadora.
 
Recuerdo que muchas veces le serví como Lazarillo y lo acompañé desde su casa hasta la Emisora Radio Guamá y viceversa.
 
En una de esas caminatas contó que él no era ciego de nacimiento, sino que una enfermedad degenerativa lo había llevado a esta condición.
 
Así y todo era capaz de escribir a una velocidad endemoniada, solo que nunca se supo su secreto para no perderse frente a un teclado mecánico.
 
No hace mucho trató de volver a escribir, pero su legendaria Rémington quizás atascada por el paso de los años lo obligó a declinar en el empeño.
 
Recientemente Cándido sufrió una aparatosa caída, tanto que tuvo que enfrentar las angustias de una complicada intervención quirúrgica.
 
Por suerte ya está de vuelta a casa y su memorable buen humor lo sigue acompañando, solo que se ha negado a caminar.
 
Según él, tiene miedo a volverse a caer, y explica convencido que con la que ya pasó de médicos y hospitales es más que suficiente.
 
Fue en este contexto en que pedí indagar con él sobre la famosa anécdota de los cangrejos ganadores.
 
Sobre este particular expresó lo siguiente: “El hecho es cierto, ocurrió hace más de 50 años en el mercado de la ciudad de Pinar del Río.

“Pero no fue conmigo, sino con otro ciego muy famoso al que se le conocía por el nombre de Alejo y que vendía billetes de lotería.

“Resulta que más de una vez Alejo compró cangrejos en ese lugar, pero el vendedor se aprovechaba y le despachaba los muertos.
 
"Un buen día, quizás cansado de aquel abuso, Alejo cogió el saco, lo alzó, lo movió varias veces y le preguntó al vendedor:

“Chico, ven acá, ¿qué ocurre con tus cangrejos que siempre están muertos, se tratará de alguna enfermedad?

“Y el vendedor le responde: No, Alejo, que va, lo que pasa es que ellos se fajan y se matan con las tenazas.

“Y sin pensarlo, Alejo le estira el saco y le dice: está bien, pero bueno, échame por lo menos dos o tres de los que ganaron”.

Esa y no otra es la anécdota, dónde sale a relucir el ingenio chispeante y rápido de la gente de pueblo.
 
 
Y cada vez que la leo me río, solo me lamento de que Cándido no haya sido su verdadero protagonista.

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